Frustración y autoagresión en la infancia
En varias ocasiones me he encontrado con familias muy preocupadas porque han visto que sus hijos e hijas tienen formas “exageradas” de expresar su enojo o frustración, por medio de berrinches, tirando cosas, rompiendo su juguete favorito o peor aún autoagrediéndose: se golpean la cabeza, se arañan, gritan, se jalan el cabello, etc. Lo que nos indica que el niño está haciendo un llamado de atención y un grado de frustación elevado al no lograr lo que desea. Pero ojo!, esto no significa que el niño esté mal atendido o descuidado sino que en la mayoría de los casos habla de algo normal pero que requiere de ciertos cuidados y contención familiar.
Causas de la autoagresión
No se puede hablar de un solo factor responsable de esta situación sino de la sumatoria de varios factores que pueden desencadenar este tipo de comportamiento. Algo importante que mencionar es que estos episodios se presentan con mayor frecuencia entre los niños y niñas más activos y llenos de energía.
Señalemos algunas de las principales causas:
Desarrollo del ego
Tanto los berrinches, rabietas, o cuadros de enojo exagerado representan el choque de la personalidad en el desarrollo evolutivo del niño con la voluntad de sus padres. El niño en su búsqueda de demostrar poder, de querer realizar las cosas a su manera y de llamar la atención recurre a estas formas y en muchas ocasiones esta conducta se ve incrementada si logra su cometido (llamar la atención). Los padres deben saber que un episodio de este tipo mal manejado puede ser capaz de terminar en un hábito. El niño capta rápidamente que este comportamiento le trae beneficios, logrando que los padres cumplan con sus deseos. Sin embargo, no por esto hay que pensar que este tipo de reacciones tienen como base la mala intención o maldad, sino simplemente es la búsqueda de una satisfacción secundaria, es decir, ¿qué consigue el niño al comportarse de esa manera?
Inseguridad La inseguridad generada por cualquier circunstancia es una causa de peso para producir estos episodios (ansiedad de separación en los niños pequeños, por ejemplo).
Disciplina, laxa, sobreprotección versus disciplina rígida Estos cuadros se ven con mucho más frecuencia en niños sobreprotegidos y que no fueron educados con una adecuada disciplina. El niño se da cuenta que al igual que con sus berrinches, por es medio puede conseguir lo que quiere. Por otro lado, también con una educación basada en una disciplina muy estricta puede causar este comportamiento. Por eso los profesionales de la salud insistimos en la búsqueda del equilibrio al proteger, guiar y educar al niño; por medio del sano ejemplo y siendo firmes y consistentes pero no rígidos en el trato con el pequeño en el momento de descontrol.
Padres dubitativos Si los padres no demuestran seguridad, lo único que se logra es que el niño se siente confundido y facilita la presencia de berrinches, agresiones y autoagresiones. Si un padre o madre prohíbe algo y el otro lo desautoriza frente al niño, se le está dando un doble mensaje que lejos de ayudar, trae consigo más problemas e instaura esta conducta.
Por imitación El niño que ve al padre o a la madre que se descontrolan, que son presos de su mal humor, que tiran objetos y golpean puertas tiene un ejemplo a seguir, o los padres que se muestran inseguros o ansiosos frente a determinada situación, les trasmitirán esta misma angustia al niño.
Demostración de nuevas habilidades El niño también demuestra de esta manera su inicio en la toma de responsabilidades y muestra así también las habilidades que va adquiriendo con su desarrollo. Por ejemplo los padres con la intención lógica de evitarle posibles accidentes pueden no permitir ciertas actividades que recientemente el niño ha aprendido y esto afecta el orgullo del pequeño produciendo enojo y frustración que no sabe manejarla y que la demuestra a través de la autoagresión.
Inteligencia Estos tipos de episodios no tienen relación con el nivel de inteligencia del niño, pudiendo aparecer tanto en niños muy avanzados como en aquellos que sufren retardo mental.
Impaciencia, cansancio y problema de pareja entre los padres Muchas veces los padres suelen estar agotados por lidiar todo el día con un niño exageradamente irritable, lo que hace también que ellos se agoten. Esto hace que el cuadro pueda potenciarse y formar así un círculo vicioso inagotable. Otro factor a destacar es el caso de familias donde existe problemas de parejas. Esta situación produce tensión en la vida cotidiana y repercutiendo en la personalidad del niño (independientemente de la edad, los niños son expertos en el lenguaje no verbal). El primer paso para resolver estos cuadros es el de una sana autocrítica en cuanto a la relación familiar y la búsqueda de un equilibrio. La autocrítica debe ser realista pero positiva, no sirve si se asume autocrítica como reproche. En base a esta autocrítica realizar acciones para el cambio.
¿Qué hacer? Muchos bebés realizan actividades repetitivas (como chuparse el dedo, golpearse la cabeza contra algo, mecerse, etc.) para auto consolarse o descargar tensiones. En general se trata de hábitos que comienzan como exploraciones normales de modos de hacer frente al estrés, pero que se hacen problemáticos cuando el niño está bajo mucha tensión o cuando los padres reaccionan en exceso. Cuando un niño se autoagrede es necesario detener estas conductas en algún momento, y guiarlos para que no pase a mayores. Estos comportamientos suelen generar gran alarma en los padres, y en consecuencia, intentos por reprimirlos y controlarlos. Sin embargo, esta reacción de los padres genera que el comportamiento del niño se refuerce y comiencen entonces a utilizarlo como una forma de rebelión frente a sus progenitores. Por otra parte, la edad en que se encuentre el niño es importante ya que en este caso está marcada por profundos cambios. El caminar (o el estar en vías de hacerlo) produce una especie de “revolución”. Esto puede hacer que el comportamiento del niño se desorganice temporalmente para reorganizarse una vez que el logro de la marcha se haya consolidado. Es importante consultar con el psicólogo o pediatra y resolver de manera conjunta todas las dudas sobre el niño. También es necesario asegurarse de que el niño no se haga daño (por ejemplo, proteger las superficies sobre las que se golpea la cabeza). Finalmente, intentar comprender el origen de la conducta: ¿existe algún cambio en el ambiente que haya podido estresarlo? ¿por qué demanda más atención? Abrazarlo, contenerlo, dándole cariño pero mostrando serenidad, con un tono de voz suave que calme su ansiedad es lo mejor. Desviar su conducta y empezar a jugar con él es otra opción que puede dar resultado. Pero si su comportamiento y las dudas persisten, se sugiere consultar a un profesional de la salud mental especialista en niños, en este sentido un psicólogo o psiquiatra infantil para explorar más a fondo las causas y posibles soluciones.
Pero ante todo: tener mucho paciencia y tratarlo con el amor y respeto que merece.
“Los niños y niñas necesitan nuestra humanidad. No necesitan que nos comportemos perfectamente. Necesitan que creemos un ejemplo de cómo vivir eficazmente en el mundo. Necesitan nuestra “humanidad” imperfecta. Cuanto más seamos nosotros mismos, tanto más les damos permiso para que sean ellos mismos.”