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La importancia del juego en la infancia


Cuando vemos jugar a un niño con un trozo de madera. Lo envuelve en unos trapos, habla con él, a través de su boca expresa lo que el madero quiere, siente y piensa. Dialoga con él, le da de comer y de beber, lo acuesta en una caja de cartón que hace de “cuna”, decimos, sonriendo “el niño toma la madera por un muñeco; su fantasía transforma el trozo de madera en un muñeco con el cual jugar, y esto es propio del pensamiento de los niños” Pero nos equivocamos. La madera no ocupa “el lugar” del muñeco, no es muñeco: es el niño del niño, y lo que el niño hace con el trozo de madera es mucho más de lo que nosotros, los adultos, entendemos por un juego. El niño al jugar con la madera lo considera un niño vivo al cual cuida. Sólo cuando comprendamos ésto podremos comprender al niño “que juega”, entenderlo, penetrar en su interior cuando derrame por su trozo de madera las más amargas lágrimas o cuando reciba de él los mayores gozos y más profundas penas. Si le quitamos al niño “su niño” y lo botamos a la basura nos quedaremos pasmados ante las reacciones del niño. ¡Hemos cometido un auténtico crimen, y nuestro niño se sentirá aterrorizado al ver de lo somos capaces y lo que puede esperar de nosotros! A través de este pequeño ejemplo podemos darnos cuenta de la importancia del juego en la primera infancia. El juego en el niño es “no es cosa de juego” es el medio natural de autoexpresión, medio por el cual el niño se desarrolla durante la infancia. Lo usa para recrear lo vivido, exteriorizar sus emociones, sentimientos, frustraciones, fantasías entre otras cosas. Durante la primera infancia, a través del juego se van a establecer relaciones de sumisión, de dominación, de aceptación, rechazo;mezclándose diversos sentimientos: deseos, dependencia, trasgresión, omnipotencia, impotencia, chantaje, entre otros. Lo que se privilegia durante el juego no es lo racional, sino lo emocional lo afectivo, ligado a procesos de placer y el displacer. Esto favorece la manifestación de sentimientos: deseo, amor, odio, celos, etc., sentimientos que suelen estar ligados a recuerdos conscientes e inconscientes de la infancia, que han contribuido a estructurar nuestra personalidad. Cuando nuestro hijo juega, debemos mirarlo y tratar de ponernos en su lugar, tratar de sentir; si en un momento dado me invita a su juego y siento que puedo participar de él sin imponer reglas, entonces puedo entrar. Al adulto le cuesta entrar de lleno al mundo de la fantasía, y participar del juego nos asusta y entonces ponemos límites. Un buen ambiente tolera los impulsos agresivos. El niño juega y la agresión puede ser placentera, pero es inevitable para el niño enfrentar el daño real o imaginario contra alguien. Elegir el juego para hacerlo es una forma de controlar su agresión y si lo hace, está expresando entre otras cosas la confianza que tiene en nosotros y en el ambiente que le proporcionamos. El juego es algo sumamente productivo y sano, pues evita que el niño pase largas horas viendo televisión, jugando en la computadora o con los juegos de video, lo que no tienen muchas ventajas, en todo caso, comparadas con el juego libre que contribuye a enriquecer su creatividad y pensamiento. Un juego saludable es aquel donde el niño pueda jugar libremente, donde no tenga límites para el movimiento, para la fantasía, para dar rienda suelta a su imaginación, para sentir y canalizar sus emociones y luego regresar a la realidad. En la diversidad de la experiencia está el desarrollo de las múltiples posibilidades creativas. Brindarles materiales y espacios que le permitan explorar y aprender, pero confiando en el juego natural. Pero a veces los adultos tendemos a buscar juguetes “educativos” y damos pocas oportunidades para seguir con la curiosidad y dejar que descubra por sí mismo, que improvise, dejando de lado la propia capacidad de aprendizaje permanente que se da en el juego libre. Tenemos que arriesgarnos!!!! Si el garaje puede ser un día la galería de arte, o la tina la piscina de muñecos, o la tierra la masa de torta, ensuciemos y luego ordenemos. Todo esto tiene un sentido para la vida del niño. Entonces, la actitud del adulto debe basarse en el respeto incondicional hacia el juego del niño. Nuestra compañía no puede ser inhibidora ni prohibitiva. La fantasía es ilimitada, extensa, eso es un privilegio y si el niño quiere ser un elefante, una canoa, o un rey, nosotros aceptaremos su propuesta. Recordemos que eso viene de su mundo interno, es parte de sus tesoros emocionales y por lo tanto sus ocurrencias siempre serán válidas.

“Es en el juego y sólo en el juego que el niño o el adulto como individuos son capaces de ser creativos y de usar el total de su personalidad, y sólo al ser creativo el individuo se descubre a sí mismo”

D. Winnicott


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